Durante las siguientes entradas me gustaría que aprendiéramos a pensar mejor en cómo conocemos en tanto que seres humanos.
Para ello propongo que pensemos en lo siguiente:
Cuando conocemos algo, de algún modo lo poseemos dentro nuestro. Esto se entiende incluso con el ejemplo más simple: yo puedo pensar en el lápiz de mi amiga incluso cuando no lo estoy mirando. Lo puedo imaginar perfectamente bien, recordando el color exacto de su tapa, su marca, los daños que tiene por el uso y otros detalles. Ese lápiz que mi amiga tiene, yo lo tengo en mi mente: no materialmente, como mi amiga, pero he conocido su lápiz y por tanto puedo pensar en él cuando me dé la gana. Esto se aplica a todo lo que conozcamos, y por eso es que podemos pensar en muchas cosas que sólo he-mos visto una sola vez.
Y las cosas van más allá todavía: imaginemos que no conocemos ningún otro lápiz además del de mi amiga. Sin embargo, alguien podría aparecer con un lápiz distinto al suyo, digamos, que me lo regale para mi cumpleaños. Yo no me sorprendería y diría “¿qué es esto que me regalaste?”, sino que lo reconocería como un lápiz y daría las gracias. Esto es porque de algún modo he extraído la idea general de lo que es un lápiz, y ahora puedo reconocer todos los otros lápices.
¿No te parece sorprendente que habiendo conocido unos pocos lápices, ahora estamos capacitados para conocerlos todos?
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